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viernes, 16 de octubre de 2009

Ciudadanos del Mundo

CAPITULO 2. Ciudadanía política. Del hombre político al hombre legal

Filosofa: Adela Cortina

La ciudadanía es una relación política entre un individuo y una comunidad política, en virtud de la cual el individuo es miembro de pleno derecho de esa comunidad y le debe lealtad permanente (Derek-Heather, 1990). Desde la Modernidad esa comunidad se entiende como un Estado nacional de derecho. Ese vínculo político es un factor de identificación y de identidad (frente a los que no lo tienen, por ej. los extranjeros). Es decir, que la trama de la ciudadanía se urde con la aproximación a los semejantes y separación con respecto a los diferentes. Esa dialéctica se vive como un conflicto, sobre todo porque el universalismo cristiano está presente en el liberalismo y el socialismo, y afirma que lo que nos une es mucho mayor que lo que nos separa. Las religiones griega y romana son religiones de la ciudad, mientras que el cristianismo es una religión de la persona, que la vincula con un dios trascendente y con una comunidad universal. Sus herederos en lo político, el liberalismo y el socialismo son cosmopolitas. de la doble raíz griega y romana se origina a su vez dos tradiciones, la republicana, para la que la vida política es el ámbito en el que los hombres buscan conjuntamente su bien, y la libertad, según la cual la política es un medio para poder realizar en la vida privada los propios ideales de felicidad. El ciudadano es el miembro de una comunidad política que participa activamente en ella. Ya desde Grecia, el ciudadano es el que se ocupa de las cuestiones públicas y no se contenta con dedicarse a sus asuntos privados, pero es además quien sabe que la deliberación es el procedimiento más adecuado para tratarlas, más que la violencia, más que la imposición, más incluso que la votación que no es sino el recurso último, cuando ya se ha empleado la fuerza de la palabra.

Una vida digna de ser vivida es la del ciudadano que participa activamente en la construcción de una sociedad justa, en la que los ciudadanos puedan desarrollar sus cualidades y adquirir virtudes. Por ello quien se recluye en sus asuntos privados acaba perdiendo, no solo su ciudadanía real, sino también su humanidad. un medio esencial para ser buen ciudadano es la educación, porque a ser ciudadano se aprende. El ideal de participación sería el de la democracia griega, directa, pero tal modelo tiene para nosotros cuatro limitaciones: que es excluyente (solo para varones; estaban excluidas las mujeres, los niños, los metecos y los esclavos), que libres e iguales eran solo los atenienses, no los seres humanos, en tercer lugar que la libertad era solo la de participar, pero no estaban protegidos en la vida privada, en la cual podían darse fácilmente las injerencias de la Asamblea y por último que la participación directa no es posible más que en comunidades reducidas. pero además de la teoría a la práctica hay un trecho y los ciudadanos eran reacios a participar.

Solo cuando los intereses de la ciudad en su conjunto estaban amenazados entraba en acción la ciudadanía. En Roma cambia el sentido de la ciudadanía. Más que una exigencia de implicación política va a ser una base para poder reclamar derechos. Con la modernidad y el surgimiento de la idea de Estado, los miembros de pleno derecho del estado con sus ciudadanos, aunque haya otras formas de pertenencia. El estado va a ser el garante de la paz, la agencia protectora (ejerce el monopolio de la violencia, impidiendo que cada cual se tome la justicia por su mano), es expresión de la voluntad general y es garante de la libertad externa. El Estado de derecho consigue estas metas a través del imperio de la ley. Los ciudadanos son los que ostentan la nacionalidad, vínculo que une al ciudadano con el Estado. Frente a este término está el de nación, concepto muy vago, que, en principio, estaría compuesto por una comunidad con cultura, lenguaje e historia comunes, así como por la voluntad de sus miembros de constituirse como nación. El Estado sería una comunidad artificial y la nación natural. Pero si fuera tan natural no habría que imponerlo coactivamente por unos frente a otros, así que como dice Cortina tan artificial es uno como la otra. Y como ocurre con los seres humanos, no son solo naturaleza, sino sobre todo historia y cultura. La señas de identidad del Estado nacional son la libertad de cada miembro de la sociedad en cuanto persona, la igualdad en cuanto a súbdito y la independencia en cuanto a ciudadano. Pero todo ello es insuficiente para integrar en la comunidad a los que deberían sentirse sus miembros, si no se dan otras dimensiones que veremos.

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